Miriam Gomez

m. gomez
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“El Padre Nuestro”


Jesús cuando oraba lo llamaba Abba, o sea, Padre (Mc 14,36) más claramente, cuando predicaba a sus discípulos por las tierras de Palestina enseñándoles a orar le dijo: Háganlo así: Padre Nuestro... (Mt 6,9).
El Nombre de Dios es importante porque nos indica su esencia, pero la mejor manera de honrarlo es que nuestra relación con El sea, "como la de un Hijo con su Padre”, o sea, que desarrollemos con El una verdadera relación filial, como nos enseñó Jesús y nos asegura el Espíritu Santo de Dios.

 "Ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que nos permite gritar ¡Abba! o sea ¡Padre! El espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios." (Rom 8,14). 

A lo largo de este caminar con el Señor, me he encontrado a muchas personas que les es verdaderamente difícil desarrollar o entender esta relación filial con el Padre del Cielo, porque el modelo de padre terrenal que han tenido ha sido ineficiente, no tuvieron una relación de hijo a padre cuando eran pequeños. Entonces, al experimentar el amor personal e incondicional de Dios Padre, es como una brisa, un aliento nuevo que inspira vida y esperanza en medio de la orfandad. Que esperanza, que alegría saber que nunca están solos ni huérfanos, porque tienen un Padre que les ama, que provee todo lo que necesitan en este caminar, que les perdona si se alejan de El, que les alienta en medio de los sinsabores del cotidiano vivir y les espera con los brazos abierto cuando terminen su peregrinación en este valle de lágrimas. Es maravilloso experimentar el amor de Dios.

Por eso, no hay ni habrá una plegaria más perfectamente tramada como la sublime oración del Padre Nuestro. Además, en la misma estructura de la oración, vemos como  nuestro Padre cambia las almas de los que la rezan.  
Esta poderosa oración consiste en siete peticiones, divisibles en dos partes: La primera es hacia Dios Padre, enfocándonos en “Su Nombre, en Su Reino, en Su voluntad”, nuestro Señor Jesucristo aquí nos enseña a no ser egocéntricos, que enfoquemos nuestra oración hacia Dios, reconociendo Su Omnipotencia, Su Señorío sobre todo lo creado. “Su grandeza no tiene medida” (Salmo 145,3), “Su majestad es más alta que los Cielos” (Salmo 8,2).  Nos orienta hacia nuestra realidad, El es Dios y nosotros no lo somos.

La segunda parte: Llama la atención hacia nosotros y nuestras necesidades: “Danos”, “Perdónanos”, “Guíanos” y “Líbranos”. En estas peticiones reconocemos nuestra necesidad de Su divina providencia. Solo El tiene el poder para bendecirnos de mil maneras, Dios es Todopoderoso “en el cielo y en la tierra” (Salmo 135,6), porque todo lo ha creado, por tanto nada le es imposible y dispone de Su obra según Su voluntad. El se compadece de nosotros porque nos ama, El nos hizo   y somos Suyos, le pedimos porque sabemos que quiere y puede bendecirnos.

El Nombre del Señor es Santo.
Miriam Gómez